lunes, 25 de mayo de 2009

Funerales en Roma antigua

Los monumentos funerarios se encontraban a las afueras de las ciudades y se adornaban con jardines. habían dos tipos de enterramiento inhumación e incineración. Las tumbas estaban dotadas de elementos para poder celebrar banquetes funerarios con los que sus seres queridos honraban al difunto: tubos de libación, cenadores, exedras y pozos. Frecuentemente de realizaban ofrendas de huevos, judías, lentejas y vino. El vino era un sustituto apropiado de la sangre, la bebida favorita de los muertos. En ocasiones especiales se sacrificaban animales y se hacía una ofrenda con sangre.


La familia romana estaba tan unida que al fallecer uno de sus miembros pasaba a formar parte de los antepasados a los que había que rendir culto. El espacio del enterramiento, sepulchrum, adquiría el carácter de lugar sagrado, locus religiosus, inamovible, inalienable e inviolable. Solo podían acceder a él los familiares.



Siempre que las circunstancias y la muerte lo permitían, el funeral daba inicio en casa del difunto. La familia acompañaba al moribundo a su lecho, para darle el último beso y retener así el alma que se escapaba por su boca. Tras el fallecimiento, se le cerraban los ojos y se le llamaba tres veces por su nombre para comprobar que realmente había muerto. A continuación se lavaba el cuerpo, se perfumaba con ungüentos y se le vestía, estaban prohibidos los lujos. Siguiendo la costumbre griega se depositaba junto al cadáver una moneda para que Caronte transportara su alma en barca y atravesar así la laguna Estigia hacia el reino de los muertos. Finalmente el cuerpo del difunto se colocaba sobre una litera con los pies hacia la puerta de entrada, rodeado de flores, símbolo de la fragilidad de la vida y se quemaban perfumes. Según la condición social permanecía expuesto de tres a siete días.






En la puerta de la casa se colocaban ramas de abeto o ciprés para avisar a los viandantes de la presencia de un muerto en el interior. Como señal de duelo evitaban encender fuego en la casa. El transporte a la pira funeraria o a la tumba, se realizaba colocando al difunto en una caja de madera abierta que se colocaba sobre una especie de camilla para transportarla o era llevada a hombros por su familia. Detrás del difunto se situaba el cortejo fúnebre formado por el resto de la familia y sus amigos. Durante la ceremonia funeral se realizaba un acto de purificación para las personas que habían estado en contacto con el cadáver. Antes de la sepultura la tumba se purificaba barriéndola o limpiándola y después utilizando agua se limpiaba a las personas que habían asistido al funeral.


La creencia de otra vida tras la muerte motivaba que el individuo fuera enterrado con objetos que había utilizado en vida y que ahora podían acompañarle y servirle en esta nueva vida: ropa, cerámica, utensilios de trabajo, etc.



Durante los nueve días siguientes al funeral, se realizaban ritos que finalizaban con una comida y el sacrificio de un animal. Los alimentos y la sangre de los animales sacrificados eran ofrecidos a los antepasados del difunto, los dioses Manes, y al individuo fallecido para así divinizar su alma y situarla junto a las divinidades protectoras de la familia.
El tiempo de luto para los familiares directos era de diez meses y no podían realizar fiestas ni utilizar adornos.




Las atenciones al difunto seguían continuando después de este tiempo para asegurar su descanso eterno. Las ofrendas de comida: pan, vino, frutas, uva, pasteles, etc. y flores como violetas y rosas eran habituales. Estos actos eran realizados por la familia el día de cumpleaños del difunto. Los difuntos eran honrados de forma general los días de Parentalia, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Otras fiestas dedicadas a los difuntos y más antiguas fueron las Lemurias, celebradas el 9, 11 y 13 de mayo.




La incineración consistía en reducir el cadáver a cenizas. Los romanos creían que el alma podría volver a su lugar de origen, el cielo.
La ceremonia se celebraba sobre una pira con forma de altar, sobre la que se depositaba el ataúd con el cadáver. Se le habrían los ojos para que simbólicamente pudiera mirar como su alma de dirigía hacia el cielo. Se sacrificaban animales queridos por el difunto y se incineraban junto a él. Antes de quemar el cadáver se le cortaba un dedo y se arrojaban tres puñados de tierra que simbolizaban su enterramiento.




Los romanos creían que las almas de los difuntos viajaban al mundo subterráneo donde reinaba el Dios Plutón. Las almas eran conducidas por el Dios Mercurio. A este mundo accedían atravesando la laguna Estigia, en una balsa conducida por Caronte, que previo pago les conducía a la otra orilla.

El mundo subterráneo estaba custodiado por un perro de tres cabezas Can Cerbero. Allí las almas eran juzgadas y tras el veredicto eran conducidas a la región de las almas bondadosas o malvadas.